miércoles, 6 de enero de 2016

Once again.

Tal vez lo único que quiero decirte es que me estoy empleando a fondo en esto de ser fuerte. 
De arrancarme el corazón y borrarme los sentimientos. 
De tratar de ver el vaso vacío rezando porque así duela un poco menos. 
Joder, estoy haciéndolo lo mejor que puedo. Lo más racional e impersonal posible. 
Sólo espero que lo entiendas, que no puedo más, que me fallan las fuerzas y aun así intento sonreír. Por mí. 
Por ti. 
Porque dejemos de sufrir los dos de una maldita vez. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

Noches de invierno.

I:

Me habría gustado volver a estar a tu lado.

Al menos una noche más.

Un par de suspiros y un buen puñado de risas.

Como las que me brotaban directas del alma cada vez que hacíamos batalla de cosquillas.

Y a ver quién se reía más.

¿Te acuerdas?

Pedir el alto el fuego mientras las brasas seguían reluciendo en tus ojos.

Joder, cómo me quisiste.

Más que nadie y mejor que ninguno.

Y no sabes lo que te puedo llegar a echar de menos.

Las solitarias noches de invierno en las que dejo a  mi mente recordar(te).

Y de pronto vuelve a ser primavera.

La luna vuelve a brillar y te veo, a la luz de las farolas, guiándome con tus pasos seguros de niño pequeño que no le tiene miedo a nada.

Porque aún no ha sufrido lo suficiente.

Lo suficiente como para saber los peligros que acechan tras cada sombra.

Las dudas que asaltan a medianoche, cuando te cansas de no poder dormir y empiezas a diseccionar lentamente los miedos que se almacenan debajo de tu almohada.

Como esperando a que les mires. No se van. Como esperando a que te enfrentes a ellos.

Pero tú... con tu sonrisa traviesa, tu mirada indiscreta y tus ganas de comerte el mundo.

Conseguiste alejarlos.

Y eso es lo más grande que nadie ha hecho por mí.

Te echo de menos, claro que te echo de menos.

Lo hice desde el primer minuto en que sentencié nuestra despedida entre lágrimas amargas de culpa y tormento.

Pero ahora sé que, por mucho que te extrañe y rece por volver a tenerte a mi lado, tu lugar no estaba junto a mí.

Porque mereces algo mejor.

Mereces ser feliz.


Y me temo, cariño, que eso es lo único que no puedo darte. 

II:

Y mientras, tú sufriendo. Y mientras, yo llorando.

Salimos los dos heridos, de esos de gravedad.

Cuando yo sólo quería ayudarte a reconstruir tu maltrecha sonrisa, a curar tus heridas... Y tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida: dejarte marchar.

Tratar de ignorar el daño que te había hecho. Porque era la única manera de que consiguieras recuperarte.

Perderte.

Irónico, ¿no?

Me arrepiento de tantas cosas... De todo lo que te dije, y lo que no. De todo lo que vivimos, y lo que nos quedó. Pendiente.

De lo único que no me arrepiento es del tiempo que vivimos juntos.

Porque tú eras mi farol, ese que me guiaba cuando mi brújula se empeñaba en indicar todo menos el norte.

Cuando más perdida estaba, viniste a rescatarme.

De una muerte segura. Predecible. Anunciada.

De mi particular suicidio emocional.

Me sorprendió que consiguieras que mi corazón volviese a latir.

Y aún así, sé que fue lo mejor. Para ti. Para mí.

Para ambos.

Te echo de menos, y cada noche más.

Pero sigo tratando de recordarme que la respuesta a mis lágrimas no está en los lunares que cubren tu piel.

Ni en tu mirada perdida.

Ni en tu sonrisa infinita dibujando una utopía en una noche de primavera.

III:

Gracias por ser la única persona en este mundo que se atrevió a quererme.

A hacerme sonreír hasta cuando sólo quería cerrar los ojos y nunca más volver a abrirlos.

Por nuestras batallas de cosquillas a cualquier hora, nuestras películas inacabadas, nuestros besos de despedida que alargábamos hasta el infinito, por nuestras tardes al sol en la escalera de mi facultad.

Por ti.

Porque te mereces lo mejor que pueda pasarte en esta vida.

No te preocupes por mí, yo me conformo con lo que llegue.

PD: Eh canijo, sonríe. 

domingo, 2 de noviembre de 2014

Despedidas de media noche

Podría escribir hojas enteras con tu nombre, y aún así el folio seguiría en blanco.
Podría llenar noches con tus abrazos, y seguiría arropándome con esta maldita sensación de soledad existencial.
Podría volver a acostumbrarme a escuchar tus te quiero, o escucharlos por primera vez... pero el silencio seguiría reinando.

No hace falta que te molestes en venir, que descoloques tu mundo por una sonrisa furtiva y un par de ojos negros demasiado atrevidos para mirarte. No te esfuerces por mis palabras a medio gas o mis abrazos desgastados de tan poco usarlos.

No vengas, ni lo intentes, porque yo ya me cansé de esperarte. Para siempre. O eso se dice, ¿no?

martes, 23 de septiembre de 2014

De cómo tanto tragar miserias hizo que vomitara sentimientos.

A veces la vida es magia. Y otras veces se convierte en un show entre bambalinas, como un circo barato o una actuación callejera de dos yonkis pidiendo para comer. Porque la magia se esfuma, y tal como vino, se va. Como el humo de ese cigarrillo eternamente encendido, en suspenso esperando una mano que le agarre con fuerza y unos labios que le besen hasta encenderle el alma. Como el café frío encima de la mesa, esperando por alguien que nunca le hará suyo. A veces la magia se esfuma y no hay forma de recuperarla. Por mucho que gritemos al viento o lloremos esperando un milagro. Se va y tan sólo deja a su paso oscuridad, lágrimas y sangre. Olor a herrumbre y un pequeño destello dorado como recordatorio de que una vez pasó por aquí.

Se va como los recuerdos que tuvimos algún día, o nunca jamás. Como esa sensación de ser invencibles un domingo de madrugada, embriagados de melancolía y sonrisas tristes lanzadas al aire. O a la pared. O directamente a la basura. Se va igual que lo hace el color de una fotografía. Y las sonrisas que lucen en ella. Parecen ajadas, lejanas, pertenecientes a otro mundo y a otra época.


Pero cuando la magia vuelve... Todo se torna en color dorado, en tu banda sonora favorita sonando en tu cabeza y en una sonrisa revoltosa aleteando en las comisuras de tus labios. Todo se vuelve olor café y hierba mojada. Mariposas en el estómago y la cabeza a miles de kilómetros del suelo. Todo se vuelve tan perfecto que el miedo a que desaparezca de nuevo puede sobre todas las cosas, aunque nada puede empañar ese fugaz instante de magia. Porque la magia de esta vida está dentro de ti, y siempre puedes llamarla para que vuelva. O prueba con una sonrisa, con un abrazo cálido, atráela hacia a ti como a un perro abandonado y asustado. Y una vez entre en ti, no te olvides de mimarla, de decirle que nunca, nunca jamás, dejarás que se marche sin avisar otra vez. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

11 meses.

Una vez te prometí un para siempre.

Es la única promesa que cumpliré en esta vida.

Y aún así...

sábado, 16 de agosto de 2014

Desvelos de mirar adentro.

Silencio. Oscuridad. Una luz artificial brillando por encima de mí. Pero no consigue iluminar los oscuros rincones que habitan en mi interior.
Esas ruinas olvidadas. Escondidas. Aquellas a las que visito de hurtadillas, por si acaso alguien me sigue y las descubre.

Por si acaso alguien descubre lo que ocultan, lo que oculto. Con el celo con el que una madre protege a sus hijos, con la fiereza con que una leona defendería su vida. Porque las ruinas son privadas. Y el dolor también. Y la oscuridad. Aquella que no ilumina nada, que lleva tantos años escondida, mirando el mundo con la desconfianza de quien guarda tempestades bajo un mar en calma.

Oh, tempestades, hacía mucho que no os visitaba.

-.

Te escribo esta carta para decirte que desecho todo deseo de encontrarte, todo deseo de encontrarme.
Has pasado a ser un ente, un ser que no puedo ver, oír ni tocar. Ni sentir. Ni llorar.
Ay corazón mío, ¿en qué momento te marchaste? ¿En qué momento decidiste abandonar la cueva a la que llamabas hogar? Aquella a la que nunca llegaba la luz, sumida en la oscuridad y la desesperación llamada soledad.
Cambiaste tu esencia por piedra, tu latir por un silencio mortal. Tu presencia por ausencia. Tus sentimientos por indiferencia.

Incluso cambiaste tu sangre por hiel.
Por dolor.
Por vacío.
Por nunca más.

Y aún así, creo que con el cambio salí ganando.