I:
Me
habría gustado volver a estar a tu lado.
Al
menos una noche más.
Un par
de suspiros y un buen puñado de risas.
Como
las que me brotaban directas del alma cada vez que hacíamos batalla de
cosquillas.
Y a ver
quién se reía más.
¿Te
acuerdas?
Pedir
el alto el fuego mientras las brasas seguían reluciendo en tus ojos.
Joder,
cómo me quisiste.
Más que
nadie y mejor que ninguno.
Y no
sabes lo que te puedo llegar a echar de menos.
Las
solitarias noches de invierno en las que dejo a
mi mente recordar(te).
Y de
pronto vuelve a ser primavera.
La luna
vuelve a brillar y te veo, a la luz de las farolas, guiándome con tus pasos
seguros de niño pequeño que no le tiene miedo a nada.
Porque
aún no ha sufrido lo suficiente.
Lo
suficiente como para saber los peligros que acechan tras cada sombra.
Las
dudas que asaltan a medianoche, cuando te cansas de no poder dormir y empiezas
a diseccionar lentamente los miedos que se almacenan debajo de tu almohada.
Como
esperando a que les mires. No se van. Como esperando a que te enfrentes a
ellos.
Pero
tú... con tu sonrisa traviesa, tu mirada indiscreta y tus ganas de comerte el
mundo.
Conseguiste
alejarlos.
Y eso
es lo más grande que nadie ha hecho por mí.
Te echo
de menos, claro que te echo de menos.
Lo hice
desde el primer minuto en que sentencié nuestra despedida entre lágrimas
amargas de culpa y tormento.
Pero
ahora sé que, por mucho que te extrañe y rece por volver a tenerte a mi lado,
tu lugar no estaba junto a mí.
Porque
mereces algo mejor.
Mereces
ser feliz.
Y me
temo, cariño, que eso es lo único que no puedo darte.
II:
Y
mientras, tú sufriendo. Y mientras, yo llorando.
Salimos
los dos heridos, de esos de gravedad.
Cuando
yo sólo quería ayudarte a reconstruir tu maltrecha sonrisa, a curar tus
heridas... Y tuve que tomar la decisión más difícil de mi vida: dejarte
marchar.
Tratar
de ignorar el daño que te había hecho. Porque era la única manera de que
consiguieras recuperarte.
Perderte.
Irónico,
¿no?
Me
arrepiento de tantas cosas... De todo lo que te dije, y lo que no. De todo lo
que vivimos, y lo que nos quedó. Pendiente.
De lo
único que no me arrepiento es del tiempo que vivimos juntos.
Porque
tú eras mi farol, ese que me guiaba cuando mi brújula se empeñaba en indicar
todo menos el norte.
Cuando
más perdida estaba, viniste a rescatarme.
De una
muerte segura. Predecible. Anunciada.
De mi
particular suicidio emocional.
Me
sorprendió que consiguieras que mi corazón volviese a latir.
Y aún
así, sé que fue lo mejor. Para ti. Para mí.
Para
ambos.
Te echo
de menos, y cada noche más.
Pero
sigo tratando de recordarme que la respuesta a mis lágrimas no está en los
lunares que cubren tu piel.
Ni en
tu mirada perdida.
Ni en
tu sonrisa infinita dibujando una utopía en una noche de primavera.
III:
Gracias
por ser la única persona en este mundo que se atrevió a quererme.
A hacerme
sonreír hasta cuando sólo quería cerrar los ojos y nunca más volver a abrirlos.
Por
nuestras batallas de cosquillas a cualquier hora, nuestras películas
inacabadas, nuestros besos de despedida que alargábamos hasta el infinito, por
nuestras tardes al sol en la escalera de mi facultad.
Por ti.
Porque
te mereces lo mejor que pueda pasarte en esta vida.
No te
preocupes por mí, yo me conformo con lo que llegue.
PD: Eh
canijo, sonríe.